viernes, 10 de octubre de 2008

Jorge Luis Borges en la Biblioteca Carlos Yusti



Jorge Luis Borges soñó, o describió con suspicaz detalle, en una de sus narraciones, una biblioteca vasta e infinita. Quizá para escapar un poco de esa biblioteca real, limitada, rutinaria y sin magia donde desempeñaba el cargo de bibliotecario y en la que pudo verificar, de manera lamentable, la arrogante ignorancia de sus otros compañeros de trabajo; quienes en son de burla le comentaron, cierta vez, que a la biblioteca habían llegado unos nuevos títulos en francés, de un autor que casualmente se llamaba como él, Jorge Luis Borges. Éste, un tanto incómodo, intentaba convencerlos que dichos libros eran traducciones de sus textos escritos en castellano, sin embargo sus compañeros sabían, por experiencia, que un bibliotecario no estaba obligado a leer libros y mucho menos a escribirlos. Leer a Borges conforma, por lo general, un ejercicio que oscila entre el asombro y el tedio. Asombro por la variedad de temas que dominaba con ciencia inigualable, y tedio debido a su capciosidad intelectual tan argentina.

No obstante presumía Borges, sin falsa o rebuscada modestia, más de los libros leídos que de los escritos. Detalle que habla de su condición de lector inquieto, de su erudición heterogénea y exuberante obtenida a fuerza de lectura, de su memoria paquidérmica que seleccionaba con enorme facilidad fragmentos de lo leído. Mauricio Wacquez apunta: “El desafío que supone su obra es menor que el de cualquier evangelio. Es una summa poética y una poética en sí misma”.



En sus cuentos Borges maneja con soberbia calidad estilística la ficción, aunque lo ficticio desde una perspectiva muy particular y amueblada con un sin fin de lecturas. Los temas predilectos para sus relatos fueron los laberintos, los libros, las bibliotecas, el quijote, la memoria, el tiempo. Más que personajes y atmósferas, Borges se esmeraba por crear un universo pletórico de singularidades intelectuales. En lo que respecta a sus ensayos semejaba a un mago, sólo que en vez de conejos sacaba citas caprichosas y eruditas de sus lecturas favoritas. La temática de sus textos ensayísticos fue, como en sus narraciones, en extremo variada: Pascal, la poesía gauchesca, el tango, Withman, Los libros, El tiempo, Quevedo y un memorioso etcétera.
Sus ensayos eran construidos con un rigor intelectual preciosista, deparándole al lector una aventura de erudición, tanto desde lo lingüístico como del saber universal, infrecuente en muchos otros escritores del orbe.


Los cuentos y ensayos de Borges encierran, en su construcción discursiva y literaria, el pensamiento de un bibliotecario poco común. Con frecuencia hay en sus textos una anotación velada, por lo demás literariamente soberbio, producto de una caprichosa, jocosa y crítica lectura. Borges no era sólo un lector apasionado, dotado de una memoria prodigiosa, sino que fue un amante del saber; un amante irresponsable y pleno de humor de la cultura universal, cuestión que le permitió realizar malabares literarios con lo leído. Sin almidón y con elegante virtuosismo se hizo con las ideas de otros autores, retomó alguna frase, uno que otro verso, y, con gran visión aleatoria supo engranar todo en un comentario breve, coherente y de gran belleza léxica. Así, por ejemplo, escribe sobre la metáfora lo siguiente: “El historiador Snorri Sturluson, que en su intrincada vida hizo tantas cosas, compiló a principios del siglo XIII un glosario de las figuras tradicionales de la poesía de Islandia en el que se lee, por ejemplo, que gaviota del odio, halcón de la sangre, cisne sangriento o cisne rojo, significan el cuervo; y techo de la ballena o cadena de las islas, el mar;…”



Sobre las traducciones de Las mil y una noches escribió: “Palabra por palabra, la versión Gallard es la peor escrita de todas, la más embustera y más débil, pero fue la mejor leída. Quienes intimaron con ella, conocieron la felicidad y el asombro. Su orientalismo, que ahora nos parece frugal, encandiló a cuantos aspiraban rapé y complotaban una tragedia en cinco actos. Doce primorosos volúmenes aparecieron de 1707 a 1717, doce volúmenes innumerablemente leídos y que pasaron a diversos idiomas, incluso el hindustaní y el árabe. Nosotros, meros lectores anacrónicos del siglo veinte, percibimos en ellos el sabor dulzarrón del siglo dieciocho…” Podríamos continuar enumerando citas, frases y anotaciones reflexivas de este sin igual bibliotecario que en definitiva fue Borges y que sirvió de inspiración al escritor italiano Umberto Eco, para construir el personaje del Monje Bibliotecario (y detective) protagonista de su novela “El nombre de la rosa”. La obra literaria de Borges es un gran homenaje a la buena lectura, él como escritor siempre estuvo consciente de esto. De allí que sus textos narrativos y ensayísticos, sin alardes ni pesadez enciclopédica, proporcionen un sentido de movimiento, de aventura que explora, con naturalidad, el saber humano sin detenerse en fronteras territoriales o lingüísticas.



Se ha querido columbrar en escritores como Andrés Bello o Ramos Sucre los antecedentes más conspicuos de Borges. Bello y Ramos Sucre cultivaron la erudición sin fronteras, su conocimiento de la literatura del mundo fue amplia y en sus escritos las referencias y citas de autores dispares siempre estuvo presente. Dejando por sentado que aprendieron muy bien el procedimiento implementado por Montaigne, quien delineó en la practica los preceptos que rigen el género ensayístico.

A Borges se le reprochó, en muchas oportunidades, su posición de reaccionario impertinente. Sus opiniones siempre hostiles y contrarias a las opiniones aplaudidas en consenso le valieron el escarnio de muchos de sus contemporáneos. Así mismo se le señaló como un erudito engreído, que se escudaba en las ficciones escritas para no asomarse por el balcón de la realidad. A pesar de ello jamás perdió el sentido del humor: “A mí se me combatió por mágico, y ahora ellos, los realistas
, quieren hacerse los mágicos. Creo que voy a tener que escribir cuentos sociales,…”.
Fuera del fervor hay que señalar a Borges como un escritor que rebasa cualquier cerco que se le pretenda imponer. Los de la academia sueca no lo incluyeron en el Nóbel porque como es del conocimiento público ese es un premio con vocación política y Borges ejerció la política del cinismo en vez del cinismo político, practicado con desfachatez por muchos otros escritores.



Me gusta en Borges el estilo de inconfundible bibliotecario que impregna su obra, su naturalidad de lector constante. A diferencia de Bello y Ramos Sucre que tuvieron la erudición como un planchado y circunspecto complemento de sus vidas. Borges hizo de la erudición un asunto sin pedestal, una propuesta humorística de enorme belleza literaria. Me apasiona el Borges jovial, que se tomaba todo a chanza, como sucedió aquella vez que la Universidad de los Andes le negó el Honoris Causa, el ciego escritor sólo dijo con asombro e ironía soterrada: “Por fin una universidad seria en el mundo”.

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