martes, 30 de junio de 2009

Onetti: pesimismo eficaz



Carlos Yusti

Juan Carlos Onetti terminó sus días postrado en la cama de un ático (ubicado en la Avenida América) en Madrid, bajo la atención amorosa de su mujer Dolly Muhr. Exilios, novelas, cuentos, más el premio Cervantes podría ser el resume de una biografía apretada a lo Monterroso. No obstante a Onetti se le recuerda por ser el antecedente literario más sobrio y sobresaliente de eso que se denominó en son mediático como el boom de la literatura latinoamericana.

Onetti no tuvo el rol protagónico, pero si fue el maestro indispensable de muchos de los escritores del “boom” y de malas maneras obtuvo beneficios lo que le permitió seguir escribiendo, sin apremios, historias trajeadas de melancolía y fracaso que dejaban el alma a la intemperie de la condición humana. Sus personajes estaban claveteados al madero de la frustración y la ruina en todo sentido. Onetti imprimió a su escritura un tono trágico, con un color sucio, sin hacerle concesiones al sentimentalismo de saldo ni al realismo mágico anecdótico. Onetti fue un maldito de las letras a su modo, un iconoclasta que se instaló en la ciudad de Santa María (un Montevideo idealizado y pasado por una aciaga poética) para mover a sus personajes. Su estilo (aseguran los especialistas) emparentaba con Faulkner, Céline y Joyce. Como gran lector supo beber de buenas fuentes y se labró un estilo de prosa poética como pocas en la literatura latinoamericana.

Nació en el año 1909. Era julio y el calor derretía la realidad del barrio sur de la capital uruguaya. De su infancia escribió poco y su viuda Dolly Muhr en una entrevista acota: “Él tuvo una infancia muy feliz. Su padre siempre le llevaba bombones y flores a su madre. Eso recordaba. Por esta razón nunca escribió sobre esta etapa de su vida, porque decía que las etapas felices no tienen una historia”. Sus inicios como escritor fueron azarosos y un tanto surrealistas. Trataba de conciliar su trabajo de escritura con su empleo de vendedor de calculadoras. Su primera historia publicada es del año 1933. Siguió escribiendo a su ritmo. Terminó algunos cuentos y una novela titulada “Tiempo de abrazar” que se publicaría en el año 1974.

Para el año de 1967 su barco de exiliado encalló en Venezuela y nada menos que en el temido “Triángulo de las Bermudas” (tres bares equidistantes situados en el Bulevar de Sabana Grande). La poeta, cuentista y periodista Miyó Vestrini le sirvió de guía, compañera de tragos y musa. En ocasiones se extraviaba a las puertas del amanecer cantando el tango Yira con tanta tristeza que las putas, chulos y perdedores de todo pelaje lo escuchaban y lo veían como a un igual tan reventado, miserable y doliente como ellos. El sol de la mañana hincaba sus dientes en sus pupilas extraviadas de alcohol y estrabismo. Nadie se imaginaba que aquel desaliñado topo con gruesas gafas era un escritor con una obra sólida y con novelas de enormes cualidades literarias como: “Para esta noche”(1943), “Tierra de nadie” (1947), “La vida breve”(1950), “Los Adioses”(1959), “El astillero” (1961) y “Juntacadáveres” (1965). Su cuento "La novia robada" es publicado en la revista venezolana Papeles (Nº 6).

Mario Vargas Llosa ha escrito “El viaje a la ficción. El mundo de Juan Carlos Onetti” como un homenaje y tributo a un creador incomodo, pero que dotó a la literatura de esa innegable poesía de la desolación y el desamparo. Vargas Llosa escribe: “Sus ficciones pueden leerse como capítulos de un vasto y compacto mundo imaginario. El tema obsesivo y recurrente en él, desarrollado, analizado, profundizado y repetido sin descanso, aparece precozmente perfilado en El pozo: el viaje de los seres humanos a un mundo inventado para liberarse de una realidad que los asquea”.

El gran escritor Francisco Umbral le dispensó una visita para ficharlo como un monstruo querido y entrañable: “Estoy, sí, sentado en el suelo, a los pies de Onetti, el narrador más profundamente lírico de la moderna literatura americana, (…), que es un hombre muy escrito y, con los años, inevitablemente, su literatura hace nido en su cuerpo, se salva en él. Si dejamos a un lado la literatura, lo más literario de un escritor es él mismo. Onetti puede ser ya cualquiera de sus personajes, incluso la solterona loca de El astillero. No -repito- por un fácil proceso de somatización de la autoescritura, sino porque, escribiendo y escribiendo, se había preparado este sillón y este cuerpo y esta barba de tres días (decididamente tres) para ser él sin dejar de ser él, tan literario y tan abandonado, que es palabra de tango”.

Para Vargas Llosa el cuento perfecto de Onetti es “El infierno tan temido”. No obstante el cuento que condesa su estilo lírico y asfixiante quizá sea “Esberg, en la costa”. Es una historia sencilla con tres personajes, el narrador en primera persona y la pareja Kirsten/Montes, un deseo que no cristaliza y la obsesión de la pareja que va al muelle de Puerto Nuevo (en la ciudad de Santa María) para mirar la llegada y partida de los barcos que van Esbjerg a 32 kilómetros al oeste de Copenhague. Kirsten llena de tristeza tiene nostalgia por su tierra y Montes hace lo necesario (robar) para que pueda embarcar y vuelva con los suyos y así hacerla feliz, pero al final sólo logra la ruina de ambos. Lo patético es que a pesar de estar juntos están mucho más solos. El narrador, al que Montes ha robado, se cree por encima de la pareja al verlos visitar juntos el muelle cada día y sin una pizca de humanidad para ayudarlos. Todos están entrampados: la mujer empujada por la nostalgia se construye un sueño imposible, su compañero trata de que el sueño se haga realidad y el narrador sólo puede esperar hasta que el daño del robo sea reparado. No hay consuelo y los tres personajes viven su drama en el descampado ignoto de la soledad.

El pesimismo en las novelas y relatos de Onetti funciona con una eficacia poética de relojería. En su noveleta “Los adioses” esa poética de relojero es llevada a su apoteosis creativa. Los perdedores retratados por Onetti más que seres trágicos son sombras patéticas que sin patetismo alguno se abren paso a pesar de todo. La realidad para Onetti no es nada halagüeña, pero eso que soñamos (o anhelamos) y se queda jadeante en lo inacabado es doblemente terrible. Con sus novelas y relatos el lector aprende que ese optimismo de autoayuda, tan difundido hoy, es irrisorio ante la realidad que también se ha degradado y se ha convertido en un Reality Shows. La vida fuera de la literatura es una herida que nunca sana del todo y quizá por ese motivo Onetti prefirió reinventar un mundo personal antes que colgarse de una viga. Estaba tan asqueado de la realidad como sus personajes ¿Y quién no?

Al final de sus días la pereza le ganó por puntos, pero de manera rotunda. Postrado en una cama seguía leyendo, escribiendo, fumando y lidiando con sus depresiones. No estaba enfermo o como lo explica Dolly Muhr: “Era muy perezoso, es cierto, si podía no hacer algo no lo hacía. Yo le llevaba todo, le hacía todo”.

El escritor Somerset Maughan escribió que a menos que un lector sea capaz de dar algo de sí mismo, no podrá obtener de una novela lo mejor que ésta tiene que ofrecerle. Algo así pasa con determinados escritores. Si el lector no está disposición de exponerse, de arriesgar que no lea a Onetti, que no se sumerja en ese pesimismo eficaz que convierte a sus personajes en discretos héroes del fracaso; de ese fracaso (como lo escribió Cioran) que es propio de los espíritus de segundo orden que se amoldan conformes a su ruina, volviéndose transparentes cuestión que les permite alcanzar cierta opaca lucidez.

Agradezco muchísimo a Carlos Yusti confiarme este texto para el blog.

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